20 de Septiembre de 2020, San Martín del Camino, España – A la mañana siguiente, todavía tenía dudas. Mi espalda dolía, y la idea de enfrentarme a otra jornada parecía abrumadora. Sin embargo, algo dentro de mí, quizá el mismo espíritu del Camino, me impulsó a levantarme y seguir adelante.


Un desayuno en Puente de Órbigo: Bondad y tomates
La primera parada fue en Puente de Órbigo, un pueblo que parecía salido de una postal medieval. Su puente romano, majestuoso y cargado de historia, cruzaba todo el pueblo, y al caminar por él, sentí que el tiempo se detenía. No sabía mucho sobre su historia, pero su belleza me impactó profundamente. Fue el primer lugar que me recordó que el Camino no solo es esfuerzo físico, sino también una experiencia visual y emocional.
Me detuve en un pequeño café para desayunar y sellar mi credencial por segunda vez. El camarero, amable como pocos, me escuchó elogiar los tomates de su huerta. En respuesta, me regaló un par de ellos. Ese gesto, tan sencillo pero tan genuino, me llenó de gratitud.
Decidí firmar el libro de visitas del café, mi primera vez haciéndolo en el Camino Francés. Fue un momento especial que me hizo sentir parte de algo más grande.





El momento en el que el Camino se volvió real
Después del descanso en Puente de Órbigo, retomé el camino hacia Astorga. Ese día, algo cambió en mí. Hasta entonces, el Camino había sido una idea, un proyecto. Pero mientras andaba, con el sol golpeando mi rostro y el cansancio acumulándose en mis piernas, entendí que esto no era una broma. Era un reto real.
Me enfrentaba no solo al dolor físico, sino también a las dudas que, de vez en cuando, me asaltaban. ¿Por qué estaba haciendo esto? ¿Valdría la pena? Sin embargo, cada paso que daba me acercaba no solo a mi destino físico, sino también a superar los miedos que había llevado conmigo desde León.
El Abogado Peregrino: Conversaciones que acompañan el Camino
Poco después de salir de Puente de Órbigo, me encontré con un peregrino que, como yo, había salido de León. Era abogado, vivía en Madrid y, durante gran parte de la mañana, compartimos el camino. Nos adelantábamos el uno al otro constantemente hasta que, finalmente, coincidimos en San Justo de la Vega.
Hablamos del Camino y de nuestras vidas, conversaciones ligeras que ayudaron a distraer la mente del dolor físico. Compartir historias con alguien, aunque solo fuera por unas horas, le dio un toque especial a esa jornada.

Antes de llegar a Astorga, nos separamos en un puente metálico que marcaba el inicio de una subida pronunciada. Fue un «hasta luego» sin despedida formal, como tantas otras relaciones que se forman en el Camino.
La llegada a Astorga: Superando la segunda etapa
Astorga me recibió con un aire de calma y belleza histórica. Las calles empedradas, las iglesias que parecían guardar siglos de secretos y el ambiente tranquilo me hicieron sentir que el esfuerzo del día había valido la pena.
Cerca de la entrada de la ciudad, encontré el Albergue de peregrinos de Astorga a la izquierda. Quedó grabado en mi memoria la amabilidad del personal.

En plena pandemia, las medidas de seguridad estaban en todas partes: mascarillas, desinfectantes y un control estricto en el acceso. A pesar de ello, el ambiente era cálido, una constante en el Camino.

Los mejores nachos mexicanos españoles en Astorga
Si estás en Astorga y eres amante de la comida mexicana, ELUNO Urban Food es una parada obligatoria. Este acogedor restaurante, ubicado a solo diez minutos del Albergue de Peregrinos de Astorga, ofrece una experiencia culinaria que combina sabores auténticos con un ambiente cálido y moderno.
Desde el primer momento, el personal destaca por su amabilidad, simpatía y atención impecable. Te hacen sentir como en casa, lo que suma un toque especial a la experiencia.
La comida es simplemente espectacular. Los nachos, una de sus especialidades, están preparados con ingredientes frescos y un toque que enamora a cualquiera. Los precios, además, son justos y reflejan la calidad de cada plato.
Fue una grata sorpresa en mi recorrido por el Camino, y puedo decir con seguridad: ¡volveré! Si tienes la oportunidad, no dudes en hacer una pausa y disfrutar de esta joya culinaria en pleno Camino de Santiago.



La noche de los ronquidos y los pies malolientes
La experiencia del albergue esa noche fue toda una lección de humildad, totalmente contraria a la que acababa de tener en la cena.
Me tocó compartir habitación con un peregrino francés cuyo ronquido resonaba como si fuera un trueno constante. Por si fuera poco, sus pies desprendían un olor que hacía difícil mantener la compostura. Aunque yo también ronco, esa noche me tocó estar del lado de la queja.
No dormí mucho. Cada vez que intentaba cerrar los ojos, el concierto de ronquidos me lo impedía. Fue una noche difícil, pero también una experiencia que me enseñó que el Camino no es siempre cómodo. Aceptar estas incomodidades, con humor y paciencia, es parte del proceso. Aunque sigo sin llevarlo bien.
Reflexiones del segundo día
A pesar de las incomodidades y el cansancio, ese día me dejó importantes aprendizajes:
- Conexión con las Personas: Desde el camarero que me regaló tomates hasta el abogado peregrino, cada encuentro me recordó que no estoy solo en este camino, y que cada gesto cuenta.
- El Camino como una Realidad: En Puente de Órbigo, entendí que el Camino no era una simple idea romántica. Era un reto real, con dolor físico, dudas y momentos de superación.
- Adaptación a las Circunstancias: Desde ajustar mejor la mochila hasta aceptar las noches incómodas en el albergue, cada pequeño cambio hacía que el proceso se sintiera más manejable.
Adelanto del tercer Día: Astorga a Foncebadón


Con Astorga como punto de partida, el Camino comenzaba a mostrar una nueva cara: la montaña. La siguiente etapa me llevaría a Foncebadón, un pequeño pueblo de montaña que muchos describían como mágico, pero que para llegar a él había que enfrentar subidas exigentes y senderos de piedra.
Sabía que este tramo no sería fácil. Las pendientes serían un reto físico y mental, y el terreno, lleno de rocas, pondría a prueba cada músculo de mis piernas y mi resistencia. Pero también me habían dicho que las vistas serían espectaculares y que cada paso, aunque duro, valdría la pena.
¿Estaría listo para enfrentar un día de constante subida? ¿Cómo respondería mi cuerpo al desgaste acumulado? ¿Encontraría nuevas historias y personas en el camino hacia las alturas?
El tercer día prometía ser un reto monumental, donde el físico sería clave y la mente, más que nunca, tendría que mantenerse fuerte. El Camino continuaba, y con él, el aprendizaje y la transformación personal.
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