El peregrino llega a la plaza del Obradoiro, y tras quedar empequeñecido por la grandiosidad de la plaza y por las altas las torres barrocas, ve el Pórtico de la Gloria, y allí queda deslumbrado, no sabe donde posar su mirada, si en la expresión solemne del Apóstol, dándole la bienvenida, si en la majestuosidad de Cristo resucitado mostrando sus llagas, o en la sonrisa pícara del profeta Daniel. Aquí, la piedra se hizo vida por obra del Maestro Mateo. Ante la incapacidad de mostrar sus sentimientos el peregrino ahora enmudece y son los artistas, otros peregrinos y los historiadores del arte los que hablan.
Rosalía de Castro, en 1880 le dedicó estos versos pertenecientes al poema A catedral (Follas Novas)
O sol poniente, polas vidreiras
da Soledade, lanza serenos
raios que firen descoloridos
da Groria ós ánxeles i ó Padre Eterno.
Santos apóstoles, -¡védeos!- parece
que os labios moven, que falan quedo
os uns cos outros, e aló na altura
do ceu a música vai dar comenso,
pois os groriosos concertadores
tempran risoños os instrumentos.
¿Estarán vivos? ¿Serán de pedra
aqués sembrantes tan verdadeiros,
aquelas túnicas maravillosas,
aqueles ollos de vida cheos?
Vós que os fixeches de Dios ca axuda,
de inmortal nome Mestre Mateo,
xa que aí quedaches homildemente
arrodillado, faláime deso.
Mais co eses vosos cabelos rizos,
santo dos croques, calás… i eu rezo.
Aquí está a groria, mais naquel lado,
naquela arcada negrexa o inferno
cas almas tristes dos condanados,
onde as devoran todo-los demos.
De alí non podo quitá-los ollos,
mitá asombrada, mitá con medo,
que aqueles todos se me figuran
os dun delirio mortaes espeutros.
¡Cómo me miran eses calabres
i aqueles deños!
¡Cómo me miran, facendo moecas
dende as colunas onde os puxeron!
¡Será mentira, será verdade!
Santos do ceo,
¡saberán eles que son a daqueles tempos…!
Pero xa orfa, pero enloitada,
pero insensibre cal eles mesmos…
¡Cómo me firen…! Voume, si, voume,
¡que teño medo!

El profesor Manuel Castiñeiras, catedrático de Historia del Arte Medieval, afirma: «En su indiscutible calidad de obra maestra, el Pórtico de la Gloria ha generado desde siempre – al igual que la Gioconda o el Guernica-, la estupefacción del que lo contempla, alimentando en su enigma irresoluble leyendas y mitos sobre su autor y proceso de creación»

Álvaro Cunqueiro en su libro El Camino de Santiago, al finalizar la descripción del Pórtico de la Gloria, nos dice: «Mateu, se dice, era constructor de puentes. Si así fuese, habría construido en Compostela el más hermoso puente del mundo, bajo el que va como ancho y rumoroso río inacabable, el camino de las peregrinaciones»
El historiador del arte Ricardo de Orueta, en 1936-1939 al finalizar su libro La escultura española en los siglos XI y XII, afirma: «Lo más admirable de este pórtico no es su sentido teológico, ni místico, ni simbólico, sino el humano, el que todos conocemos y todos sentimos y el que perdura a través de los siglos y de las edades y emociona al hombre de todos los tiempos. No hay una sola figura en ese conjunto que no tenga un alma, o que ese alma no esté en movimiento, pensando, hablando, sufriendo o sonriente: es un mundo de emociones, todavía más que de volúmenes y de formas, ante el que nos tenemos que rendir, esté labrado en el siglo XII o en el XX» . Más adelante continúa: «Para gozar plenamente del pórtico de la Gloria basta con sentirse hombre de cualquier clase social y de cualquier cultura, y entregarse a él, sin erudiciones ni pedanterías, que es lo que más perturba la emoción que producen las obras de arte. El maestro Mateo no es románico, es universal, nos ofrece la vida tal como es, sin enmiendas ni correcciones, pero lo más íntimo de la vida, que pasen los tiempos que pasen, nos tiene que conmover. No creo que volvamos a tener nosotros nada igual, ni que tampoco lo tengan, por lo menos en ese siglo, las otras naciones. La intimidad de esta vida le da el espíritu interior y las expresiones: su elevación y su apartamiento de lo vulgar le da la grandeza de la forma. El maestro Mateo es un gran señor del arte, al que hay que ir con el alma abierta de par en par y sinceridad. Pero además, la composición general, la ordenación de las figuras, sus colocaciones, sus tamaños y sus expresiones, todo perfectamente ajustado a la construcción, causa una impresión muy agradable, la más agradable que conoce ningún monumento de su tiempo. Allí se está muy bien. La visita al pórtico de Compostela, por muy poco que interese la escultura, complace y admira, y a los de arriba y a los de abajo, a todos. No conozco a nadie que haya sufrido una decepción.»

George Edmud Street, arquitecto inglés, en 1865 lo califica sin duda como «uno de los logros más glorioso del arte cristiano»
Mártir de Arzendjan, obispo armenio que peregrinó a Compostela a finales del siglo XV, describió que, en el Pórtico de la Gloria, «se ve a Cristo sentado en un trono, con la presentación, de todo lo que ha acontecido desde Adán, y lo que ha de suceder hasta el fin del mundo»
Edith Wharton, novelista americana en su segundo viaje a Santiago de Compostela en 1925 anotó: «Aleluya! Jubileo! Lhassa! La otra noche vi la eternidad.» Para un poco más adelante, refiriéndose a los peregrinos, añadir: «y cuando volvieron no sabían mucho más, excepto que sus ojos estaban llenos de una belleza divina plena de comprensión y sus almas del murmullo del cielo de la oración divina y de penitencia. Esta es la calzada del patio del cielo. Eso es lo que deben de haber sentido y lo que sentimos nosotros.»
El escritor Manuel Rivas nos dice: «Desde el paraíso perdido al Juicio Final, el Pórtico de la Gloria de la catedral de Santiago es la primera gran película de la humanidad rodada en piedra»
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