19 de Septiembre de 2020, Léon, España – El Camino de Santiago no solo es un viaje físico; es, sobre todo, un camino interior. En 2020, durante uno de los años más complicados para todos, decidí dar el paso y enfrentarme a algo que me aterraba: mis propios miedos. La pandemia había cambiado nuestras vidas, y yo sentía que no podía seguir postergando lo inevitable. Si no lo hacía entonces, ¿cuándo lo haría?
Con una mezcla de nervios y emoción, comencé el Camino Francés en León, sin imaginar lo mucho que aprendería no solo sobre el mundo, sino también sobre mí mismo y de la vida.


¿Qué me llevó a dar el primer paso?
Había escuchado hablar del Camino de Santiago por algunos amigos que ya lo habian hecho, pero no sabía mucho. Lo describían como duro, transformador y, sobre todo, necesario. No tenía grandes expectativas; quería desconectar de mi vida diaria y encontrar personas que me valoraran, algo que sentía que me faltaba. Lo que encontré superó cualquier expectativa: el Camino me mostró un mundo de amabilidad, historias y retos diarios que me ayudaron a descubrir mi fortaleza interior.
Lo que más miedo me daba no era el esfuerzo físico ni la soledad; era el temor a no terminar. ¿Y si me lesionaba? ¿Y si me quedaba atrapado en el camino, sin saber qué hacer? Pero estaba decidido: había llegado el momento de enfrentarme a mis miedos.
El primer paso: León a San Martín del Camino
Con la mochila al hombro y zapatillas deportivas que, en mi “gran sabiduría”, no eran impermeables, comencé el recorrido desde León con destino a San Martín del Camino. No tardé en darme cuenta de que mi preparación era, digamos, improvisada. La mochila iba demasiado cargada, y al no ajustarla bien, terminé lastimándome la espalda ese mismo día.


Mis nervios eran evidentes. ¿Estaba haciendo lo correcto? ¿Sobreviviría este primer tramo? Cada saludo de «¡Buen Camino!» que recibía de otros peregrinos o de personas en los pueblos por los que pasaba me llenaba de energía. Esa amabilidad, tan pura y desinteresada, fue mi primera recompensa.
La primera parada: San Martín del Camino
Llegué a San Martín del Camino exhausto, con la espalda resentida y una sensación de alivio indescriptible. El albergue donde me quedé costaba 17 euros, y el menú peregrino, 9.
Aqui lo tienes: Albergue Peregrinos Santa Ana. Sin tener mucha experiencia en Albergues, me dio todo lo que necesitaba en ese momento, una comida y una cama.

Mi primer menú consistió en una ensalada, pollo al estragón y una botella de vino de la tierra, que me bebí entera. Aunque estaba agotado, esa comida fue un premio para mi cuerpo y mi alma.


La noche en el albergue fue inquieta. No estaba acostumbrado a dormir en un lugar compartido, y los nervios seguían presentes. ¿Qué pasaría si no podía continuar al día siguiente? Pero el Camino tiene su propia forma de empujarte.
Un primer día lleno de lecciones
El Camino te enseña rápidamente lo que necesitas y lo que no. Mi mochila, cargada con cosas “indispensables”, pronto se convirtió en mi enemigo. Aprendí que viajar ligero es clave. Ese día, también entendí que el ajuste del cierre al pecho de la mochila no es un capricho: distribuye el peso en las caderas y evita lesiones.
En el transcurso de la etapa, me encontré con un peregrino italiano que lloraba porque se había lesionado. Sus amigos iban dos días por delante, y él se sentía abandonado. Verlo en ese estado me golpeó fuerte. Me di cuenta de que todos cargamos con algo más que nuestras mochilas: llevamos nuestros miedos, inseguridades y sueños.
Reflexión: El primer miedo superado
Superar ese primer día fue un logro enorme. Aprendí que, aunque el miedo puede ser paralizante, enfrentarlo es la única forma de avanzar. Mis pies comenzaban a resentirse por usar zapatillas no impermeables, pero cada paso me hacía sentir más fuerte.
El Camino de Santiago no se trata solo de llegar a Santiago; se trata de los pasos intermedios, de las recompensas diarias y de las lecciones que aprendes en el trayecto.
Un adelanto del próximo capítulo
Este primer post es solo el comienzo. Tengo muchas historias por contar: las iglesias que me dejaron sin palabras, los malos ratos en los que quise abandonar, y las pequeñas recompensas diarias que me llenaron de satisfacción.
En el próximo capítulo, te llevaré a la siguiente etapa del Camino Francés, desde el albergue de San Martín del Camino hacia Astorga pasando por Puente de Órbigo, donde seguí descubriendo personas increíbles, enfrentando nuevos retos y aprendiendo más sobre mí mismo.
¿Cómo logré superar los días más duros? ¿Qué descubrí sobre los pequeños pueblos y los misterios que esconden sus iglesias? ¿Cómo manejé las ampollas y rozaduras que empezaron a aparecer?
Te invito a seguir leyendo mi historia, donde compartiré más lecciones, experiencias y consejos para enfrentarte a tus propios miedos en el Camino de Santiago.
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